En los andenes.

En los andenes acabé una fría tarde de lluvia cuando, al salir de casa con lo puesto, no tenía idea alguna de hacia donde dirigirme. No era más que enero, sí, enero. Ese mes en que todo empieza, en el que los nuevos proyectos cobran vida...o no. 

En el instante en el que cerré la puerta tras de mí, y le dí el doble giro a la llave en la cerradura, supe con certeza que me dirigía hacia delante, que sólo podía dirigir mis pasos en un sentido. Y comencé a caminar. 

Andaba, lo único que hacía era andar, andar y andar. Primero un pie y luego otro. Pero no me preguntéis cuál fue mi recorrido, porque sinceramente, "no lo sé".

Me cruzaba con varios seres a mi alrededor, seres sin rostro alguno que trataban de trabar mi camino, de impedirme si quiera dar un paso al frente, puesto que sí, aquéllas criaturas sabían cual era la herida y donde se encontraba en mí. 

No dudé en huir, en escapar de allí. Puesto que lo único cierto era que desde el momento en que empecé a caminar, sólo supe que debía dejar atrás ese lugar. 

Pasaban lentas las horas, el minutero de mi reloj parecía como si no quisiese dejarme avanzar. Y puestos a decir la verdad ( o a creérmela yo mismo), dejé de mirar. 

Llegaba a las vías, aquél lugar tan idílico para mí tiempo atrás, tan lleno de recuerdos. Repleto de tardes de diversión con los amigos. 

                            (Suspiro)

Tomé el camino de la derecha, sin saber ni cómo ni por qué, y lo seguí. Todo era como antes, no había cambiado nada. Los raíles del tren seguían en sus mismos maderos, las palancas en sus mismas posiciones, incluso el viejo maquinista seguía fumando tabaco de pipa. 

No sabría en qué momento desperté del sueño, cuándo dejé atrás el olor a combustible quemado. Ahora me encontraba despierto, sentado en la cama y algo desorientado. 

Me levanté y me puse frente al espejo, lo que vi me dejó contrariado. Llevaba puesto mi viejo pijama azul, pero guardaba algo en los bolsillos. Al sacar a la luz el contenido de su interior, entendí como mi sueño no había sido del todo irreal. Había sacado una piedra, un trozo de madera vieja y varios tornillos y tuercas. 

Pues con todo y con eso, llegué, alcancé de nuevo la escalinata de mi casa, introduje la llave en la cerradura y deshice la doble vuelta a la cerradura. Entré y cerré. Todo había sucedido y lo único que tenía en cierto, era que había vuelto a caminar por los andenes. 
J.



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