Nuevos cristales para mis viejos ojos.

¿Qué será, lo que me deparará el mañana? ¿Y qué será, lo primero que vean éstos "viejos" ojos castaños cuando se abran? 

En un mundo oscuro, un país en guerra. En una ciudad sitiada, una habitación muy poco iluminada.
(Como escenario, no tiene mala pinta, ¿verdad?) Ahora atentos, comienza esta historia.

La primera vez que abrí los ojos, no sabría decir dónde me encontraba. A penas había algo de luz en esa habitación fría, extraña, desconocida para mi. Cuando al fin encontré el liviano pomo de la puerta y, decidí salir de aquél viejo cubículo, sentí como dejaban de oprimirme las paredes. Noté como mis músculos se desentumecian y, podría llegar a afirmar, que aquella fue la primera vez que de verdad, contemplé cuan alta era mi sombra. 

Los ojos me dolían, picaban a causa del repentino contraste acaecido entre la oscuridad y la luz del Sol. Me insté a andar, a caminar en pos de mis, antaño, primeros pasos. Y la verdad sea dicha, no fue nada fácil encontrar el camino. 
Hablé con todo aquél que me cruzaba, ¿te conozco? Le preguntaba. ¿Sabes quién soy? No hallaba respuesta alguna a mis innumerables preguntas, hasta que un día, hallé a un viejo tendero que ofrecía álbumes de fotografias. Me acerqué a él, movido por la curiosidad y, mientras miraba las instantáneas, caí en la cuenta. Al momento reconocí a aquél jovencito que estaba frente a ellas, mirándolas con gesto asombrado. Fue como sentir que toda una vida pasaba ante mis ojos, y yo, no podía hacer nada por aferrarme a la barandilla de ese tren, el mismo tren que pasaba sin detenerse una y otra vez. Menudo hijo de puta.
Cuando me fui del lugar, albergaba nuevas esperanzas de encontrar respuestas. No sabia por qué, ya que seguía sin encontrar la forma de detener el tren, de parar el tiempo. Más aún, cuando no podía creer lo que me decían. No quería creerlo. Era como si todos los que me cruzaba hablasen en un idioma extraño. 
Volvía a sentirme encerrado, preso. Y lo peor de esa sensación, era mirarme al espejo y comprobar que yo era, de una vez, tanto cazador como cazado. Encerrado  en mi cabeza, me negaba a aceptar aquéllo. Era como si tanto tiempo hubiera vivido con los ojos cerrados, bloqueados por una venda fuertemente atada, pero, por mi...
Por fin, un día decidí comenzar a creérmelo, necesitaba seguir. Debía mostrarle al mundo que sólo eran legañas de un sueño antes feliz, pero que a la postre se convertía en una pesadilla. Fue por ello por lo que hoy me siento orgulloso, henchido y lleno de felicidad y satisfacción, pues aquéllos quienes tiempo atrás me daban respuestas, hoy me habían dado la llave de la puerta, esa puta puerta que me permitia seguír mi camino hacia adelante. 

La moraleja de esta historia es que, cuando te sientas preso de tus miedos y/o de tus incertidumbres, busca respuestas. Tarde o temprano siempre las encuentras. 
¿Y bien, tu ya las has encontrado? 
(Sólo tienes que abrir los ojos).

J.

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